Cuando Doña Aurora escuchaba un bolero, se volvía tan seductora que llenaba el espacio donde se encontraba de un olor singular: “no habrá nieblas en mis noches si tú estás”... Levantaba los brazos y se olía la piel aspirando profundamente el aroma que él pudiera haber dejado después de tocarla. Era un olor profundo alojado en su cerebro y que ella trataba de recuperar todos los días para revivir los únicos momentos dichosos de su vida. Bailaba al compás de la música contoneando las caderas con la sensualidad que durmió en sus generosas carnes durante demasiados años: “ Tus besos se llegaron a recrear aquí en mi boca, llenando de ilusión y de pasión mi vida loca”.. y sentía los labios de él deslizándose por su cuerpo hasta llegar a lo íntimo.
Respiraba hondo, los ojos entornados, la boca entreabierta y una sonrisa apenas estrenada que la convertía en la joven más bella de la ciudad. Porque desde que le conoció recuperó una juventud malgastada que no recordaba, era como si no hubiera vivido hasta entonces y el calendario sólo fuera una factura que el tiempo quería cobrar y que ella no estaba dispuesta a pagar.
Desde el otro lado del mapa, al caer la tarde, alguien le recordaba que ya no era carne de olvido.
GLORIA DE FRUTOS