Recibo “Las cartas que debía” mi amigo Rafael Soler,
y las recibo como se reciben los dones, con
humildad y alegría.
Las leo con la devoción que merece el inventario vital
que me brinda con sus acertadas palabras.
Reconozco su voz y su esencia “creo en la palabra
dada” me dice y le respondo que lo sé, que sé que
Rafael siempre da la palabra como quien da la vida
en cada verso.
La poesía de Rafael no deja indiferente, te atrapa con
la realidad y te conquista con la elegancia. Es de mal
gusto hablar de enfermedades pero una “voz de
fármacos vestida” da glamour al lecho más oscuro
para añadir un saludable: “bienvenidos bien vividos
tan
atentos”.
Solo el poeta puede tratar de tú a tú a lo temido y a lo
amado, solo él pone en movimiento “un pantalón
vacío y una blusa con historia”. Solo él se atreve a
afirmar que “aquí nadie tiene a nadie” y nombrar uno
a uno a los sin nada, los nadie. Sólo él puede gritar
desde dentro y rezar con un gin tonic en la mano. Y
ser un romántico enamorado y a la vez un amante
que devora “tu cuerpo de cereza interminable” y
entre palabras, la vida con toda su miseria, con toda
la sinrazón
de la duda, con la evidencia del final.
Material de derribo y trascendencia, concluye la
existencia con la sabiduría del que afirma “Haz lo
correcto/ aunque sea alto el precio/ y cruel su
veredicto/ haz lo que
debas”.
Igual que hago con las cartas que atesoro durante
medio siglo, releo estas “cartas debidas” de Rafael
Soler, porque en cada lectura me descubro y
reconozco. Él sabe poner la palabra justa al
pensamiento compartido “que nadie más alargue
nuestra vida sin permiso”. Amén.